Para algunas personas la doctrina de la Trinidad es un rompecabezas difícil. “¿Cómo puede algo ser tres y uno?” Suena como un juego matemático. ¿Acaso no es una contradicción decir que “El Señor nuestro Dios uno es” (Deut 6:4) y al mismo tiempo decir como el himno “Dios en tres personas, bendita Trinidad”?
Primero digamos que la doctrina del “Dios trino”, tal vez es mejor llamarlo así, nunca debió ser un rompecabezas, aunque claro que contiene un misterio. En el Nuevo Testamento, un “misterio” (mysterion en griego) es algo oculto en la voluntad eterna e indescifrable de Dios, que no puede ser comprendido unicamente con razonamientos humanos, pero que ahora se ha dado a conocer a los creyentes a través de Jesucristo (ver Romanos 16:25-26; 1 Corintios 2:7-10; Efesios 1:9; 3:9; y Colosenses 1:26).
Sin embargo, debemos ser cuidadosos. No es que Dios nos haya revelado directamente que Él es trino. En ningún lado la revelación bíblica nos dice explícitamente que Dios es “Tres personas en uno”, como lo redactaron los credos posteriormente. Nunca dice, “Yo soy tres”. Definitivamente no dice, “Somos tres.” Lo que dice, si ponemos atención a la revelación bíblica, es: “Yo soy”, “Estoy aquí”, “Estoy aquí para ustedes”. Dios sencillamente se ha dado a conocer a si mismo.
Cuando el cristianismo piensa en la revelación que Dios hizo de si mismo—que Dios es, está aquí y está en nosotros—se llega al concepto del Dios trino. Por eso, el concepto de la Trinidad surge de la revelación. Otra manera de decirlo es que nuestra doctrina de Dios surge de nuestra experiencia vivencial de Dios.
Los 12 discípulos eran judíos devotos. Creían en el Dios de Deuteronomio 6:4, el único Dios de Israel. Pero habían conocido a un hombre llamado Jesús que los había llamado a seguirle. Al principio no tenían una comprensión de Su deidad. Pero luego del Calvario y de la Resurrección entendieron que habían estado en la presencia de Jesús, que habían estado en la presencia de Dios. ¿Cuál Dios? No un segundo Dios, sino el mismo Dios de Deuteronomio 6:4, cuya gloria habían visto en el rostro de Jesucristo (2 Corintios 4:6).
Luego de Su ascención, cuando Jesús ya no estaba con ellos, y luego del derramamiento del Espíritu Santo en Pentecostés, conocieron a Dios de una tercera manera. ¡Dios vivía en ellos! ¿Qué Dios? No un tercer Dios sino el único Dios de Israel, que también es Padre del Señor Jesucristo.
Con ese tipo de vivencias, los primeros cristianos empezaron a comprender esta característica de Dios, y eventualmente los teólogos empezaron a redactar doctrinas de la Trinidad.
En pocas palabras, Dios el Padre es Dios más allá de nosotros, el Creador y Gobernador del universo. Dios el Hijo es Dios a nuestro lado, el Redentor que vino a nuestro mundo y se hizo uno de nosotros. Y Dios el Espíritu Santo es Dios dentro de nosotros, el confortador y santificador que habita en nosotros.
En relación al tiempo y espacio, solo hay tres maneras que Dios puede ser Dios. Primero, Dios es Dios en todo lugar y en todo momento. Segundo, Dios es Dios allá y en ese entonces, en un lugar y en un momento, tomando forma humana. Y tercero, Dios es Dios aquí y ahora, en mi lugar y en mi tiempo, trabajando en mi para formarme en la imagen suya. Estos tres puntos dicen todo lo que hay que decir. No se puede agregar un cuarto ni reducirse a dos.
Eso es lo que queremos decir cuando confesamos nuestra fe en un Dios trino. No tres dioses distintos, eso no sería más que politeísmo, sino un Dios trino en esencia. Dios con tres rostros, por así decirlo. La palabra “persona” viene del griego prosopon del Nuevo Testamento que quiere decir “rostro”, que también viene del latín que quiere decir “máscara”.
Este único Dios es nuestro Creador, nuestro Redentor y nuestro Santificador. Dios en tres Personas, bendita Trinidad. El Señor nuestro Dios uno es.
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